Construir historiasJosé Jiménez La artista rompe ese registro singular de la imagen fotográfica para llevarnos al ámbito de la secuencia, de lo que fluye.
Construir historias con el cuerpo. Con aquello que nos es más próximo e inmediato. El cuidado estético del cuerpo, cubriendo aspectos medicinales, decorativos o simbólicos, es algo tan ancestral que nos remite a los estratos más remotos de formación de la especie humana. Podría pensarse que en estos tiempos, en los que todo está filtrado y configurado por la tecnología, esa dimensión pertenece al pasado. Pero no es, ni mucho menos, así. A diferencia de lo que han manifestado y manifiestan algunos adversarios cerrados de la tecnología, su expansión ha propiciado formas nuevas de síntesis de lo corporal, en un sentido físico, y lo artificial. Hoy casi todos somos ya, en mayor o menor medida, cyborgs, seres naturales y artificiales a la vez. Naturalmente, esas cuestiones están hoy día en el centro del debate sobre las formas de hacer arte, ya que condicionan e impulsan profundamente todo el proceso de representación sensible. La obra de Soledad Córdoba, una interrogación a la vez poética y radical sobre la experiencia del cuerpo y su representación, se inscribe dentro de ese horizonte estético y de sentidos. Córdoba utiliza siempre su propio cuerpo como objeto y soporte de la obra, pero lo hace a través del distanciamiento, de la mediación, que posibilita el empleo de la fotografía. Con ello consigue un efecto de extrañamiento: nos reconocemos en la imagen, pero a la vez ésta viene a nosotros con distintos tipos de materializaciones, de emociones y sentimientos que se han convertido en presencias físicas. Perlas y filamentos En su obra, las lágrimas se tornan perlas. De los ojos cerrados salen largos filamentos, que se deslizan como fluidos sobre la carne. De las manos brotan excrecencias que llegan a cubrir el cuerpo de espaldas, como si una araña invisible hubiera tejido su tela con nuestros sueños. Líneas y tramas del ensueño, que nos atrapan y absorben. Que revelan la imagen de sentirse dentro de redes, de cárceles, que no podemos romper: precisamente porque no son físicas, aunque podamos verlas. O que nos muestran cómo la cicatriz corporal que todos llevamos dentro encierra la confusión de una madeja que seguramente nadie podrá nunca desenredar. En estas sombras atrapadas del cuerpo, casi siempre inscritas sobre un fondo negro que acentúa el volumen y la definición de las formas, podemos apreciar una voluntad de excelencia plástica, de buena definición, que las hace insólitas en estos tiempos que corren. Ascetismo extremo Pero, a la vez, no hay en el trabajo de Soledad Córdoba ni siquiera un mínimo gesto o desvío que suponga una concesión al llamado glamur, a esa forma cursi de confusión de la interrogación artística con el maquillaje. Todo lo contrario: son piezas de un ascetismo extremo, donde lo decorativo está excluido de raíz. Piezas fragmentarias de un rompecabezas poético con las que se intenta desvelar historias secretas, tan profundamente íntimas que todos las llevamos dentro. Roland Barhtes escribió que la fotografía reproduce al infinito lo que únicamente ha tenido lugar una sola vez. Con sus obras, la artista rompe ese registro singular de la imagen fotográfica para llevarnos, en un juego sin límites de resonancia poética, al ámbito de la secuencia, de lo que fluye. De la imagen en movimiento que perdura en el tiempo.
Publicado en la revista: DESCUBRIR EL ARTE, nº51. Mayo 2003. p. 102.
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