Fotografía y emociónFrancisco Crabiffosse Cuesta Sólida y original aportación de Soledad Córdoba a la plástica asturiana. De los fenómenos recientes que han adjetivado de manera indeleble la creación artística de las últimas décadas, ninguno ha tenido una repercusión tan profunda y duradera como la asimilación del lenguaje y la técnica fotográfica, que se ha incorporado natural y forzadamente a las otras artes hasta protagonizar una contaminación cuyos efectos aún somos incapaces de calcular. La difusión mediática de esta nueva conquista de espacios hasta entonces vírgenes o, mejor, vedados formalmente a la usurpación, ha sido de tan amplio alcance, que puede decirse que ninguna obra contemporánea ha quedado al margen de la influencia de las imágenes fotográficas, tanto si se observan desde la confluencia expresa como desde una divergencia que en el último término es incapaz de negar el reconocimiento de una deuda que debe ser saldada. El territorio original de lo fotográfico no ha sido ocupado, sino que se ha ampliado hacia los espacios vacíos que demandaban ser poblados urgentemente por nuevos lenguajes. Entre estos últimos, el corporal con todas sus metáforas adquiriría una presencia inusitada y casi abusiva, como si faltos de identidad se hiciera necesaria una búsqueda desesperada de la personalidad diluida en ausencias impuestas. El anonimato encubría los deseos de una proyección del yo entre la saturación de los cuerpos comerciales que encarnaban la beligerancia del mercado y su intromisión en los ámbitos más privados. La publicidad hizo instantánea la socialización de un modelo de identidad afable y despreocupada en el que el canon de belleza suplía las carencias de afectividad en el propio reconocimiento, el quererse a pesar de las dudas y rencores. De la mujer ideal a la mujer ideológica La definición de lo femenino sufrió un vuelco, introduciendo una dosis de venganza en el descubrimiento del potencial manipulador de los mensajes icónicos: la imagen era capaz de dar una vuelta al mensaje, y la mujer ideal, solícita y dispuesta siempre a agradar, se transformaba en una potencia de denuncia y destrucción de los roles tradicionales. Un arte hecho por mujeres, ideológicamente comprometido en la lucha feminista o individualmente puesto al servicio de la causa liberadora, daba a conoce una nueva sensibilidad, caracterizada por lo inédito y extremo que resulta siempre lo autobiográfico. Se partía de la manifestación de la experiencia y de la necesidad de diálogo para dejar patente la sensualidad del cuerpo, las transformaciones físicas y anímicas, las ataduras del sexo…, en una cultura cuya crisis hacía aflorar el poder de convocatoria de lo marginal y las luchas por hacerse un hueco en el mosaico cada vez más amplio de las demandas sociales. En esta época, Bárbara Krüger enviaba mensajes superpuestos a imágenes fotográficas pretendidamente frías. La ironía de los textos escuetos sobre fotografías ampliadas y manipuladas producían en primer término perplejidad, pero incitaban a la reflexión. El rostro inexpresivo y maquillado, fragmentado a partes iguales en positivo y negativo, no dejaba de ser un mero ejercicio de posibilidades técnicas, un juego visual de aparente simplicidad. Pero la lectura de esa imagen se trastocaba al supeditarse a un texto que imponía su dominio formal en rojo con una frase lo suficientemente ambigua como para esconder su rotundidad: «Tu cuerpo es un campo de batalla». Contemporánea de Bárbara Krüger es Cindy Sherman, otra de las estrellas estables de ese firmamento fotográfico americano de los ochenta. La obra de Sherman entronca con una tradición elitista de reivindicación de la herencia pictórica frente a las manifestaciones de la cultura de masas. Eminentemente escenográficas, sus obras recrean la tradición barroca desde el misterio y la dualidad, contextualizando la figura en un ambiente de artificio. Pero sus retratos no eluden una crisis de identidad que deja patente en esos cuerpos fríos, en esos rostros sin otra expresión que la falta de espíritu o una falsificación emocional inducida por la educación. La propia identidad como lenguaje universal En la obra fotográfica de Soledad Córdoba la formación pictórica no supone una traición al origen, sino una natural evolución en la voluntad de expresar una nueva inquietud sobre el significado del cuerpo y la transmisión de emociones. Puede declararse heredera de estas artistas arriba citadas, porque para ella el propio cuerpo se convierte en la experiencia comunicativa de las mutaciones sociales, en la complejidad de una naturaleza que se transforma en identidad cultural universal y la lleva a un diálogo extremo desde el autorretrato. Frente a la saturación del desnudo y del gesto, Soledad Córdoba ha optado por introducir en el movimiento y las variaciones que este opera sobre el cuerpo la idea de una mutación que refleje la relación con su propia identidad. Lo escenográfico opera necesariamente como elemento esencial del proceso de plasmación de la idea,en la que priman las emociones y la comprensión de la vida como manifestación de la naturaleza. La singularidad de esta obra es la creación de un imaginario que, desde el propio cuerpo y desde los mismos rasgos, es capaz de articular diversos escenarios cambiantes. La mutación que se opera en la figura es tanto fragmentaria como conexionada; cada imagen tiene capacidad generadora en las fases sucesivas de la acción transformadora y el movimiento real hace al sujeto cambiante en lo emotivo. La concepción secuencial facilita el entendimiento del sentido de lo instantáneo y el proceso natural de ocupación – desocupación lleva al espectador en una doble dirección hacia la identidad originaria. Es una lectura dual, de principio a fin y del fin al origen sin posibilidad de ruptura o vacío, porque asistimos a una creación explicativa y directa de la razón vital. Allí donde avanzan las líneas, el rostro se convierte en cárcel de los sentidos. La lagrima que crece conforma un mapa nacarado de la salud del llanto y difunde victoriosa su caudal de cristales o hace de la pestaña protectora filamento creciente de oro. El cuerpo campo metáfora esencial de la naturaleza es para Soledad Córdoba el argumento inextinguible en esta serie de obras que abarcan su producción desde el año 2000, y que vienen a significar lo que sin duda es la aportación más sólida y original al panorama actual de la fotografía asturiana desde una vocación clara de hacer de su identidad un lenguaje.
Fotografía y emoción. Papeles Plástica. Edita Casa de la Cultura de Avilés. Febrero de 2002. pp. 6-7. ISSN: 0214-8234, D.L.: AS-2.755/89.
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