El atelier lúcidoPor Susana Blas «El mundo viene a que lo retrate en mi estudio» Courbet «Lo que permanecía era el aura del sueño: en ella me entretuve voluptuosamente. Algún objetivo profundo se había cumplido, pero, antes de tener tiempo de interpretar su significado, habían borrado la pizarra y me habían lanzado fuera, a un mundo cuya única solución para todo era la muerte» Henry Miller, Sexus
Quizás toda la obra de Soledad Córdoba puede entenderse como un autorretrato extendido en el que su atelier ha mantenido una presencia invisible. En estos espacios imperceptibles trabajó a lo largo de los años las acciones secretas de las que sus fotografías son los vestigios. Historias inacabadas o inconexas siempre más cerca de lo que entendemos por sueño que de la vigilia. En Limbo (Temps d’un voyage), proyecto realizado en su último estudio de París, podría ofrecerse un dúctil cambio de rumbo respecto a series precedentes. Súbitamente el taller toma el protagonismo e incluso parece sustituir o diluir a la artista aunque la idea de retratarse persevere en una estancia blanca y con ábside, que sin conservar el culto huele a sagrado. Existe una interesante tradición de fusión del creador con su taller, y tal vez no exista un ejemplo más icónico que L’Atelier du peintre de Courbet de 1855. En el célebre lienzo, el vuelco es retratarse a través de su espacio y convertir éste en diario emocional del autor. El título no pude ser más preciso: El taller del pintor, alegoría real, determinante de una fase de siete años de mi vida artística (y moral). Añadiendo en sus escritos: «El mundo viene a que lo retrate en mi estudio…Son las personas que me sirven, me sostienen en mi idea, que participan en mi acción. Son las personas que viven de la vida, que viven de la muerte…” Soledad Córdoba también muestra su estudio como máquina de memoria, como doble… y lo rellena de naturalezas muertas, de símbolos de lo inerte, de objetos de moribundo…de pesadillas…. Coincido con los que apuntan que todo el pensamiento occidental se construyó sobrevalorando la vigilia y despreciando la experiencia onírica. Afortunadamente, filosofías como la hindú incorporaban esta forma de conocimiento como algo “real” y natural. No puedo dejar de mirar Limbo (Temps d’un voyage) como un hermoso umbral de oscilaciones entre la vigilia (por ejemplo en una situación extrema de emoción), el ensueño, y el sueño profundo, e incluso como un intento de adentrarse en los llamados “sueños lúcidos” o conciencias de que se está soñando. Juegos de vigilia, “rêverie” y sueño. Dejaré al espectador que decida a qué categoría pertenece cada imagen. No será fácil y ahí está su turbia virtud. En los tres territorios hay objetos simbólicos que como en las series anteriores actúan como ortopedias de la artista. Las calaveras, el pájaro muerto, el velo-sudario, parecen huellas de ese estado intermedio que describe la tradición sufí del entre “vivir” y dormir. Iré más lejos si digo que en algunas imágenes Soledad parece plantar cara a sus monstruos y vencerlos. Con su imaginación los cambia de textura, los evapora en nubes, o los convierte en ese traje abandonado que con decisión pulveriza ante nuestros ojos.
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